Proyectos
Lorem ipsum dolor sit amet, consectetur adipiscing elit. Nunc nec luctus urna. Etiam tempor urna lacus, non ullamcorper sapien aliquet at. Quisque euismod lorem ipsum, nec fringilla nibh blandit a.
Industria
En Santiago y sus cercanías aún existen edificios que albergaron a los primeros establecimientos fabriles de Chile. Levantados entre 1850 y 1940, estas industrias fueron vanguardistas en incorporar innovaciones tecnológicas y en concretar la revolucionaria ciencia aplicada del siglo XIX mediante motores a vapor, sofisticada maquinaria y turbinas eléctricas. Las primeras industrias nacionales con maquinaria y métodos de producción...
Las primeras industrias nacionales con maquinaria y métodos de producción moderna, como molineras, viñas y fundiciones, surgieron en la década de 1850, impulsadas por el auge en la exportación de trigo y minerales. Sin embargo, la creación de industrias resultó limitada por el fugaz éxito en el mercado internacional. Hubo que esperar hasta 1880 para apreciar un incremento relevante en el volumen de industrias y para asegurar su proyección en el tiempo. Para esta fecha la industria nacional era prometedora. Los industriales manifestaban confianza y optimismo en una prosperidad que era signo de progreso. Organizaban exposiciones para mostrar a los santiaguinos los sorprendentes adelantos tecnológicos que acelerarían los procesos productivos. La exposición internacional de 1875 realizada en la Quinta Normal, fue recordaba por largo tiempo como un hito histórico que los enorgullecía. Estos impulsos fueron respaldados por privados, motores del desarrollo industrial hasta fines de la década de 1930. En este marco fue fundada en 1883 la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), la agrupación que reunió a los empresarios industriales.
El despegue del proceso de industrialización fue impulsada por la explotación salitrera del norte de Chile y por los dividendos producidos por su exportación. Junto con favorecer todas las áreas de la economía, este mercado estimuló el crecimiento industrial en cadena. En la zona central se abrieron fundiciones que forjaban la maquinaria y equipamientos de ferrocarril y fábricas de alimentos, textiles y otros artículos para abastecer a los nuevos centros urbanos cercanos a las minas. Las suntuosas ganancias estatales también dinamizaron al sector, financiando un vasto plan de obras públicas que utilizaban manufacturas de confección chilena. La Guerra del Pacífico y la conquista de las tierras salitreras (1879-1884), inyectaron más energía a la industria, en especial a la metalúrgica. Al decaer el salitre después de la Primera Guerra Mundial, el cobre lo reemplazó como motor de la industrialización. Conscientes de la fragilidad que implicaba la dependencia del sector minero, los industriales demandaron al Estado medidas que permitieran consolidar el rubro, tales como leyes que desalentaran el consumo de productos extranjeros o una rebaja en los impuestos de sus materias primas. Tras los efectos de la Gran Depresión, el Estado realizó intervenciones, que recién tomaron forma con la puesta en marcha de una política estatal a fines de los años treinta. La Corporación de Fomento a la Producción (CORFO), creada en 1939, fue la entidad que lideró este proceso.
Las fábricas transformaron la fisonomía de la ciudad. El paisaje físico cambió, paralelo al incremento de personas y a la modificación de las formas de vivir y trabajar. Santiago concentró un número más alto de fábricas que otras ciudades del país, sumando 1.052 según el Censo Industrial de 1895 y una población que entre los años 1854 y 1920 aumentó de 90.000 a 507.000. Valparaíso le seguía en número con 417, siendo un potente centro industrial que concentraba también una gran cantidad de trabajadores. En Santiago predominaban las fábricas pequeñas, pero las de mayor envergadura eran imponentes. Sus altas y gruesas estructuras se enfilaban al cielo, mientras sus chimeneas ennegrecían el ambiente impregnando el paisaje urbano de nuevos olores, colores y sonidos. Estos establecimientos fabriles tendieron a situarse en la periferia, expandiendo los límites de la ciudad. En todas las direcciones se crearon industrias, las áreas preferidas fueron Puente Alto, Providencia y la Quinta Normal. Por una parte, el centro de la ciudad ya no podía contener nuevos edificios, pero por otra, las empresas necesitaban afluentes de agua para sus procesos y también cercanía con los caminos que llevaban al sur o al norte del país. Cuando en 1899 se implementó el ferrocarril de circunvalación urbana, las fábricas ubicadas en los cuatro costados del cuadrilátero capitalino quedaron conectadas con las imponentes estaciones.
Las industrias determinaron una forma de trabajar diferente. El quehacer industrial no se parecía al modo de producción artesanal, campesino o doméstico que desarrollaban muchos de los que comenzaron a laborar en ellas. Hubo que adaptarse a habitar galpones cerrados durante interminables jornadas laborales, aprender a manejar maquinaria y también acostumbrarse a realizar movimientos mecánicos repetidos e incesantes. El trabajo fabril, con su compleja maquinaria y la especialización de los oficios, alejó al trabajador de procesos tradicionales de aprendizaje e inauguró nuevas formas de capacitación por medio de instituciones como la Escuela de Artes y Oficios. También alejó al trabajador del espacio doméstico, gestándose cambios en las responsabilidades hogareñas y en la distribución específica del trabajo. Hombres y mujeres trabajan en industrias. Los niños también. Si bien la participación masculina era mayor, la mano de obra femenina presentó desde fines del siglo XIX un patrón ascendente, particularmente en la industria de alimentos, textil y de vestuarios. Que las mujeres trabajaran para el sustento vital no fue novedad, pero sí lo fue que se les reconociera el estatus de trabajadoras asalariadas y se legislaran en el transcurso del siglo XX derechos para las madres obreras.
En torno a las industrias emergieron nuevos barrios. En esos complejos vivían principalmente los operarios de las fábricas cercanas. Prontamente, por la labor común y convivencia, se tejió en esas comunidades un definido sentido de identidad y pertenencia. De iniciativa privada o estatal, algunas poblaciones se construyeron con una gran calidad para el estándar existente de vivienda obrera. Fueron modelo de población higiénica para el trabajador, en el contexto de las primeras políticas sociales que se emprendían en el siglo XX. Un ejemplo de estos barrios fue la construcción de la Población Huemul hacia 1911, la que acogió a trabajadores de las fábricas de cartucho, vidrio y de azúcar refinada del sector. En las calles próximas se situaba el matadero, que atrajo la instalación de fábricas de curtiembres y calzado. Frente a la población creciente de la zona, el Estado dispuso la construcción de otra población de viviendas higiénicas, la población Matadero-Franklin. Unas décadas después, hacia el sur poniente se ubicó otra población emblemática, la Población Central de Leche vinculada a la única pasteurizadora de Santiago. En conjunto, estas experiencias tuvieron en común su cercanía con el tren de circunvalación urbana y servicios necesarios para la comunidad, como escuelas, policlínicos, bibliotecas, jardines y en algunos casos teatros.
Durante el transcurrir del siglo los procesos de cambio industrial, con sus dinámicas productivas y laborales y sus instalaciones, removieron estructuras económicas, sociales, culturales y urbanas. La ciudad lució diferente, más extensa, más poblada, más sucia también. Y muy importante de recordar, un nuevo grupo social comenzó a circular por sus calles: el trabajador fabril.